No me dejes, Señor, perder el juicio...

El adiós de Pushkin al mar, de Iliá Repin y Iván Aivazovski



No me dejes, Señor, perder el juicio,
antes el zurrón quiero y el cayado,
    antes hambre y afanes.
Y no es que tenga en mucho mi razón,
ni tampoco es que alegre no estuviera
    si de ella me apartare.

Si alguna vez la libertad me dieran,
con qué celeridad me escaparía
    hacia el bosque sombrío.
Y cantaría en un delirio ardiente,
me olvidaría de mí, ebrio de extraños
    e informes desvaríos.

Embelesado escucharía las olas,
contemplaría, de dicha rebosante,
    los cielos despejados.
Al fin me sentiría fuerte y libre,
como el tornado que descuaja el bosque
    y que arrasa los campos.

Lo triste es esto: que si el juicio pierdes
miedo a todos darás como la plaga,
    y te encarcelarán.
Te atarán con cadenas de demente
y a través de la reja, como a fiera,
    a azuzarte vendrán.

Escuchar no podrás ya por la noche
la dulce voz del ruiseñor, ni el ruido
    sordo del robledal,
sino los gritos de mis compañeros,
los juramentos del guardián nocturno
y los hierros chirriar.

Aleksandr Pushkin (1799–1837), de Antología lírica (1997, tr. Eduardo Alonso Luengo)

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