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Retrato de Friedrich Schiller, por Ludovike Simanowiz (1973) |
—¡Tomad el mundo! —Zeus desde su altura
Dijo al hombre.— ¡Que escoja cada cual!
Feudo vuestro será toda su hartura:
Partidlo con cariño fraternal. —
Y acá, mezclando las rapaces manos,
El joven y el decrépito llegó:
El labrador se adjudicó los llanos,
Y el hidalgo los bosques escogió.
El mercader colmó trojes ingentes;
Ranciados vinos trasegó el abad;
Veda el rey los caminos y los puentes
Y exclama: «Sea el diezmo mi heredad.»
Después de repartido el mundo todo,
Desde lejos, el poeta soñador
Llegó; mas de dotarle no hubo modo:
Ya tuvo cada cosa su señor.
—¡Ay triste! sólo á mi me has olvidado,
A mí, de entre tus hijos el más fiel. —
A mí, de entre tus hijos el más fiel. —
Así exclamó, y tiróse anonadado
De Jove en el riquísimo escabel.
—Tú, perdido en el reino de los sueños,
¿Por qué —el dios dijo— no estuviste aquí
Cuando dotaba a grandes y a pequeños?
—Yo estaba —dijo el vate— junto a ti.
Extasiaron mis ojos tus fulgores,
Mis oídos los cantos de tu edén...
Perdona al que bebiendo tus amores
Sabe olvidar el deleznable bien.
—¡Qué hacer —repuso el dios— si ya está hecho!
Frutos, y caza, y mercancías di.
¿Quieres vivir conmigo en lazo estrecho?
Pues ven, y abriré el cielo para ti.
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