Claro era el día como el fuego,
frágil cristal el canto de las aves,
cuando al arroyo llegué sedienta
y me tumbé en la hierba de la orilla.
Mi pecho sobre el musgo lustroso
y la maleza recamada en lluvia,
mis labios en el agua viva,
la vi moverse entre los juncos.
De lo oscuro brotó un horror negro
en un parto violento,
y a través de su manto de hierba
sentí la garra de la tierra.
Golpéala contra el suelo.
Túndela hasta que perezca,
si no esos ojos incoloros
se tragarán tu propia vida.
Golpeé y golpeé.
Grácil de rojo y negro yace
y su mirada helada
aflora, muerta y clara.
Comentarios
Publicar un comentario