La paradoja de nuestro pensamiento
consiste en que —al igual que la luz—
exhibe una doble naturaleza:
Por un lado, es como un tren de ondas
y, por el otro, como un río de partículas.
Así, nuestro pensamiento contiene en sí mismo
dos posibilidades paradójicas infinitas:
Crecer hasta ocupar todo el espacio
y llegar –como las ondas de un estanque–
a cubrir la inmensidad de la mente;
O reducirse hasta ocupar el espacio mínimo,
como un arduo foco reconcentrado
en su naturaleza particular.
La brillantez de esta micra imposible
es lo que vemos;
La claridad de este inmenso espacio vacío
es donde vemos;
Pero la verdadera paradoja somos nosotros:
los que vemos.
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