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Ilustraciones de la Divina Comedia, Paraíso (1861), Gustave Doré (1832-1883) |
(Versos 1–3, 55–63, 85–93, 109–120, 145–148)
«Hosanna, sanctus Deus sabaoth,
superillustrans claritate tua
felices ignes horum malacoth!» [...]
Tú dices: “Bien discierno lo que siento,
pero por qué Dios quiso me está oculto,
redimirnos de modo tan cruento”.
Este decreto, hermano, está sepulto
para quien de saberlo es aún indigno
porque el fuego de amor no le hizo adulto.
Y como, ciertamente, de este signo
mucho se piensa y poco se adivina,
diré por qué tal modo fue el más digno. [...]
Vuestra natura, de su digno estado
privóse, al pecar tota en su simiente,
y dejó al Paraíso despoblado;
recobrarse, si juzgas sutilmente,
al hacer su camino, ella podía
por uno de estos vados solamente:
o que Dios por su sola cortesía
perdonase, o que el hombre por sí mismo
pagase su locura, si podía. [...]
la divina bondad, que al mundo alienta,
de proceder por una y otra vía,
al elevaros, se sintió contenta;
y de la última noche al primer día
no habrá, en una ni en otra, ni lo ha habido
proceso alguno de tan gran valía:
que Dios más liberal al darse ha sido
para que el hombre baste a levantarse
que si por sí le hubiese redimido;
y no habría podido apaciguarse
la justicia, si el Hijo de Dios reo
no se hubiera hecho, humilde, al encarnarse. [...]
Vuestra resurrección puedes ahora
deducir, si tu mente considera
cómo fue hecha la carne pecadora
del primer hombre y la mujer primera».
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