Romance

La escala del amor (1715), de Jean-Antoine Watteau



Quéjase Fabio de su poca suerte en los desdenes de Anfrisa

¿Qué es esto, Cielos, que paso?
¿qué es esto, Cielos, que siento?
en llamas se abrasa el alma,
y ya me brotan del pecho.

Socorro, piedad, oh ojos,
y en los cristales deshechos,
encuentren agua mis penas,
para aliviar tanto fuego.

Mas qué digo, poco alivio
puedo hallar en mi tormento,
que es todo el mar breve gota
para tan crecido incendio.

Sólo podrán de mi Anfrisa
los ojos darme el remedio;
que si al mirar me abrasaron,
viviré al mirarme tiernos.

Al desatar sus dos soles
esa nieve de su pecho,
ese cristal de sus manos,
vida hallaré en sus destellos.

Es penetrante la herida
de esos arpones tan bellos,
y sólo podrá sanarla
el brazo que la hizo diestro.

La deidad cuanto más alta
se inclina al ruego más presto;
y pues por deidad te adoro,
oiga tu deidad el ruego.

No desprecies, bella Anfrisa
a quien se rinde tan tierno,
que ultrajar más al rendido,
 no es de un noble heroico pecho.

¿Qué culpa tuve de amarte,
ni adorarte, hermoso centro,
si entre belleza tan rara
me da la disculpa el Cielo?

Influjo fue de mi estrella,
que me avasalló a tu imperio,
muy junto nació a la tuya,
pues luego fuiste mi dueño.

Y si el amor, bella Anfrisa,
ternezas siembra en tu pecho;
¿cómo abrojos de desdenes
brota a cultivos tan tiernos?

Yo te adoro tan constante,
que aunque en repetidos ceños
escondas tu rostro hermoso,
seré Clicie de tu cielo.

Dulce encanto de mi vida,
mucho de mi fuerte temo,
que he de ser aborrecido,
porque es mucho lo que quiero.

Jacinto de Evia (1629?–finales del s. XVII), de Poesía colonial hispanoamericana (1990, selección de Horacio Jorge Becco)

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