Me atormenta tu pie sobre la arena,
raíz de tu presencia, porque ausente
estoy doquiera cuando estás presente
y si no estás empeora mi condena.
Si voy en alta mar, grito: ―¡Carena!...
Y de retorno al puerto doy anuente
paso al llanto para que el mar aumente,
inunde el dique y vuelva yo a mi pena.
Me calmo cuando estoy en tu tormenta
con la calma del caldo no bebido
y se encrespa mi sangre cuando alienta,
junto al negro velamen de la muerte,
que mi nave va haciendo aguas de olvido,
en las que por mi bien yo no he de verte
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